miércoles, 6 de mayo de 2009

La invención del cielo [Tláloc]

La revista Cultiva publicó en mayo de 2008 un artículo de Omar Rojas donde habla sobre Tláloc y el agua. Me parece interesantísimo porque muestra una visión moderna y real sobre cómo se concibe a Tláloc dentro del pensamiento mexicano y ayuda a aclarar esa idea errada que se tiene a menudo que lo pinta como una entidad superior consciente, a la manera de los dioses de otras religiones. En el artículo queda claro (me parece) que Tláloc no es un viejito barbón que vive en una nube y que está encargado de que llueva, sino la representación de una fuerza de la naturaleza.

Con eso como introducción, le cedo la palabra al señor Rojas y su artículo:

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Tláloc deriva de tlalli
que significa tierra
y octli, que significa licor;
"licor de la tierra"


Teotihuacán es el corazón de la vida Mesoamericana. Es el color base del México Indígena. Allí se inventó el cielo. Allí nació Tláloc, maduró como Dios del agua celeste, como el príncipe lluvia que hizo posible la vida agrícola en grandes proporciones.

La hidrología y la domesticación de la tierra, la comprensión del cosmos y una probada fragilidad de los recursos naturales convirtieron al Agua en el recurso natural más preciado en el pasado próximo de nuestra historia.

Teotihuacán exportó a todas las regiones de Mesoamérica el concepto del Agua Divina y su controlador, Tláloc. Sobrevivió a la muerte de su madre Teotihuacán, a la caída de Tula. Cambió su nombre a Chac en la zona maya y se volvió a llamar Tláloc en Tenochtitlán 1300 años después.

Hoy las bondades de Tláloc estan cautivas en tubos que cruzan ciudades o se envuelven en gases tóxicos. El agua de lluvia, la más pura, está olvidada por la gente, ya no es divina, no se respeta. No se venera.

El orden moral que imponía Tláloc como Dios de la Lluvia a los pueblos de Mesoamérica era la conservación. Hoy los órdenes morales del pasado son considerados retrógrados, fantasiosos o simplemente indígenas, en un sentido por demás denigrante.

El licor de la Tierra peligra sin una ordenanza nueva. Chalchiutlicue la consorte de Tláloc, princesa del agua que corre por la tierra fertilizando, está enferma. Y así, todo su linaje.

Toda la estructura conservacionista planteada con rigor desapareció durante 500 años de entender lo divino de otras maneras. Tampoco los libros de texto hicieron justicia y el agua hoy por hoy sale por los tubos y se esconde en coladeras.

El nuevo reino de Tláloc fue invadido por un ejército de fluores y cremas para acabar con nuestras suciedades. Usurpado por acondicionadores y perfumes para diluir nuestros hedores.
El agua de hoy sólo se lleva lo que no necesitamos, y pagamos por ello. Pagamos por el agua sin saber lo que vale.

Tal vez necesitemos nuevos pecados para restablecer la salud del cielo. Tal vez entender a Tláloc como un patrimonio cultural y ecológico de Nuestro pueblo.

Pensemos en el Agua.

martes, 5 de mayo de 2009

Ma moyolicatzin [sean bienvenidos]

Este blog va a hablar de historia mexicana. Particularmente de historia mexicana prehispánica y muy probablemente va a tener un enfoque mayor sobre la cultura mexica. Lo que va a diferenciar el enfoque de este blog del enfoque común que se usa para abordar la cultura mexicana, es que aquí se va a tratar de relatar, analizar y comprender nuestra historia desde una perspectiva mexicana. Aquí no se va a tratar de explicar el inframundo mexica con La divina comedia, no se va a contar la historia de "la inmaculada concepción de Coatlicue", ni se van a tratar de pasar como "costumbres ancestrales mexicanas" los textos de catecismo de Sahagún.

Aquí se va a tratar de contar, entender y explicar la cultura y la historia mexicana como la vivieron los mexicanos, no como la malentendieron los conquistadores y catequizadores, ni como la tergiversaron (a menudo involuntariamente) los investigadores y los académicos.

Es una tarea difícil, pero la principal herramienta está ahí, a la mano, y pareciera ser la menos utilizada: los descendientes directos de los mexicanos del siglo XIV siguen vivos y siguen manteniendo sus creencias y guardando su historia. La semilla de la flor de la palabra sigue ahí. Tenemos el manantial a un pasito, por así decirlo, y seguimos importando agua embotellada.

A estas alturas ya ha quedado clarísimo que si tratamos de explicar a México a través de Humboldt y Prescott nos salen unos mexicanos que se parecen más a los caníbales de los libros europeos de ficción del siglo XVIII que a los mexicanos verdaderos del siglo XIV. Si seguimos tratando de explicar la mitología mexicana con metáforas bíblicas el resultado es que los mexicas parecen más católicos que los jesuitas. El gran riesgo, dicho en una sola frase, es que si nos seguimos explicando mal, nos vamos a seguir entendiendo mal.

Es comprensible que después de la catástrofe que significó el choque cultural del siglo XVI y después del oscurantismo de la colonia los primeros acercamientos fueran a tropezones y con más fallas que aciertos. Pero hoy estamos en el siglo XXI y a las explicaciones simplistas de los primeras generaciones de investigadores ya hace tiempo que se les ven las costuras.

Ahora ha llegado el momento de proponer un nuevo enfoque: ¿qué tal explicar nuestro mundo en nuestros propios términos?